Reproducimos el artículo publicado ayer, ocho de octubre, en la edición nacional del diario EL MUNDO:
Las dos vidas de Raymond Carver
La primera mujer del escritor, Maryann Burk, revela en un libro su
tormentosa relación, mientras que su actual viuda, Tess Gallagher,
ofrece en otro volumen la imagen de un hombre renacido al final.
EMMA RODRÍGUEZ MADRID- Raymond Carver, como él mismo decía, vivió dos vidas claramente diferenciadas: una primera marcada por el conflicto y el alcohol, y una segunda etapa de redención, en la que, pese a la enfermedad, alcanzó al fin la madurez creativa y emocional. Curiosamente, ahora coinciden en las librerías españolas dos libros que dan cuenta de esas dos vidas.
Dos vidas narradas por dos mujeres que conocieron muy de cerca al célebre autor de Catedral y que realizaron con él ambas travesías vitales: Maryann Burk Carver, su primera mujer, de la que Circe publica su testimonio, Así fueron las cosas, y la poeta Tess, Gallagher, quien da cuenta de los años finales de la vida del/escritor, de esa excepcional comunión literaria y espiritual que compartieron en Carver y yo (editorial Bartleby).
Las dos entregas reconstruyen el puzzle de la vida de un hombre que quiso ser, por encima de todo, escritor. Maryann Burk retrata al Carver más joven, al que intenta abrirse camino en el mundo de la literatura en lucha permanente contra el peso de sus orígenes humildes, un peso fácilmente rastreable en algunos de sus cuentos más sombríos y desesperanzados.
Quien se acerca a Así fueron las cosas tiene la sensación de que, a la manera de una terapia personal, la autora ha necesitado recurrir a la confesión para situar los acontecimientos en su justa medida, para defender los momentos de felicidad de su vida junto a Carver, con quien tuvo dos hijos, y pa- ra reflexionar sobre el derrumbamiento de su matrimonio.
El atractivo del libro radica en que, pese a su sencillez, encierra varios niveles de lectura. Por un lado, resulta esencial para conocer al escritor en ciernes, para rastrear sus manías y sus técnicas de trabajo y para acercarse a sus demonios interiores; por el otro, encierra el relato de una mujer profundamente enamorada y sometida a un desgaste emocional que resulta estremecedor.
Carver llegó a definirse en esa etapa de su vida como Raymond el malo y espeluznantes resultan los episodios de violencia, esos momentos en los que el escritor, totalmente borracho, pegaba a su mujer hasta el punto de que en una ocasión ésta llegó a ser operada de urgencia. El relato de Maryann Carver es el de una mujer maltratada, incapaz de abandonar al hombre al que quiere. Junto a él siguió la senda del alcohol, soportó sus sucesivas infidelidades y abrazó una y otra vez el perdón, confiando en que un día luminoso todo se quedase en una simple pesadilla.
«En su momento, Ray escribirá sobre esto 'mejorando' los hechos para crear buenos relatos. Así que saldrá algo positivo de todo el asunto, porque será importante para la obra de Ray. Yo misma había dicho que su obra era lo más importante para nosotros. Nunca me había considerado una víctima que se dejase maltratar», llega a confesar en un momento, tras narrar un episodio de agresión.
Hasta que se separaron, a finales de los 70, Raymond y Maryann Burk parecen los protagonistas de una novela sobre el amor y el deterioro de una pareja joven, que atraviesa por todo tipo de dificultades para sobrevivir, desempeñando «trabaios de mierda», como el escntor decia, para poder pagar el alquiler de las múltiples casas en las que vivieron y para poder seguir estudiando. Eran demasiados obstáculos para un hombre que por encima de todo quería escribir y también para una mujer que debía cargar con la responsabilidad de permitirle que se entregase por entero a su obra.
No hay resentimiento, pese a todo, en esta entrega. Maryann Burk logra salvar muchas cosas del naufragio y valora la relación cordial que llegó a mantener con el escritor después de la separación, cuando ya él era un autor consagrado y le envió, feliz, el manuscrito de su primer gran éxito, De qué hablamos cuando hablamos de amor.
En junio de 1977 Raymond Carver decidió no tomar ni una copa de más, después de sucesivas hospitalizaciones y tras haber contemplado muy de cerca el filo de la muerte. Ese día empezó su segunda vida y enseguida entra en escena Tess Gallagher, la mujer que conoció a un nuevo hombre, a un hombre al que le quedaban sólo 11 años de vida.
El cáncer truncó su viaje demasiado pronto (en 1988, a los 49 años), pero le dio la suficiente tregua como para experimentar un renacimiento y desbloquearse creativamente, brotando de su pluma relatos y poemas que muestran toda la grandeza de quien se convirtió en el gran renovador de la narrativa estadounidense contemporánea.
«Un milagro, un regalo, una propina». Así se referia el autor a esa especie de epílogo de su existencia. Y Tess Gallagher da cuenta en Carver y yo, un compendio de ensayos y testimonios muy esclarecedores (capítulo aparte merece la correspondencia entre Gallagher y Robert Altman, con motivo de la realización del filme Vidas cruzadas) de cómo el escritor, a quien alguien retrató como «el hombre más triste que he conocido», llegó a recuperar las ganas de vivir «en ese colchón de esperanza en el que extendimos nuestra vida más allá de lo provisional».
«No me imagino viviendo con alguien que no escriba. Comprendes lo que necesita el otro: la soledad y la intimidad», confesó Carver, quien había encontrado a la compañera ideal, alguien por quien sentirse amado en la tierra, como llegó a decir en un bello poema.«Fue un regalo maravilloso esa forma de colaboración tan extraordinaria de nuestros corazones y nuestras mentes», señala Gallagher en un libro que también regala al lector auténticas lecciones de vida: así, la capacidad del ser humano para aceptar el dolor y la pérdida desde el valor; así, el triunfo de la creación frente a la enfermedad y a la propia muerte.
martes, 9 de octubre de 2007
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