martes, 9 de octubre de 2007

Las dos vidas de Raymond Carver

Reproducimos el artículo publicado ayer, ocho de octubre, en la edición nacional del diario EL MUNDO:

Las dos vidas de Raymond Carver

La primera mujer del escritor, Maryann Burk, revela en un libro su
tormentosa relación, mientras que su actual viuda, Tess Gallagher,
ofrece en otro volumen la imagen de un hombre renacido al final.


EMMA RODRÍGUEZ MADRID- Raymond Carver, como él mismo decía, vivió dos vidas cla­ramente diferenciadas: una primera marcada por el conflicto y el alco­hol, y una segunda etapa de reden­ción, en la que, pese a la enferme­dad, alcanzó al fin la madurez crea­tiva y emocional. Curiosamente, ahora coinciden en las librerías es­pañolas dos libros que dan cuenta de esas dos vidas.
Dos vidas narradas por dos muje­res que conocieron muy de cerca al célebre autor de Catedral y que rea­lizaron con él ambas travesías vita­les: Maryann Burk Carver, su prime­ra mujer, de la que Circe publica su testimonio, Así fueron las cosas, y la poeta Tess, Gallagher, quien da cuenta de los años finales de la vida del/escritor, de esa excepcional co­munión literaria y espiritual que compartieron en Carver y yo (edito­rial Bartleby).
Las dos entregas reconstruyen el puzzle de la vida de un hombre que quiso ser, por encima de todo, escri­tor. Maryann Burk retrata al Carver más joven, al que intenta abrirse ca­mino en el mundo de la literatura en lucha permanente contra el peso de sus orígenes humildes, un peso fá­cilmente rastreable en algunos de sus cuentos más sombríos y deses­peranzados.
Quien se acerca a Así fueron las cosas tiene la sensación de que, a la manera de una terapia perso­nal, la autora ha necesitado recu­rrir a la confesión para situar los acontecimientos en su justa medi­da, para defender los momentos de felicidad de su vida junto a Car­ver, con quien tuvo dos hijos, y pa- ra reflexionar sobre el derrumba­miento de su matrimonio.
El atractivo del libro radica en que, pese a su sencillez, encierra varios niveles de lectura. Por un lado, resulta esencial para cono­cer al escritor en ciernes, para ras­trear sus manías y sus técnicas de trabajo y para acercarse a sus de­monios interiores; por el otro, en­cierra el relato de una mujer pro­fundamente enamorada y someti­da a un desgaste emocional que resulta estremecedor.
Carver llegó a definirse en esa etapa de su vida como Raymond el malo y espeluznantes resultan los episodios de violencia, esos mo­mentos en los que el escritor, total­mente borracho, pegaba a su mujer hasta el punto de que en una oca­sión ésta llegó a ser operada de ur­gencia. El relato de Maryann Carver es el de una mujer maltratada, inca­paz de abandonar al hombre al que quiere. Junto a él siguió la senda del alcohol, soportó sus sucesivas infi­delidades y abrazó una y otra vez el perdón, confiando en que un día lu­minoso todo se quedase en una sim­ple pesadilla.
«En su momento, Ray escribirá sobre esto 'mejorando' los hechos para crear buenos relatos. Así que saldrá algo positivo de todo el asunto, porque será importante para la obra de Ray. Yo misma ha­bía dicho que su obra era lo más importante para nosotros. Nunca me había considerado una víctima que se dejase maltratar», llega a confesar en un momento, tras na­rrar un episodio de agresión.
Hasta que se separaron, a fina­les de los 70, Raymond y Maryann Burk parecen los protagonistas de una novela sobre el amor y el dete­rioro de una pareja joven, que atraviesa por todo tipo de dificulta­des para sobrevivir, desempeñan­do «trabaios de mierda», como el escntor decia, para poder pagar el alquiler de las múltiples casas en las que vivieron y para poder se­guir estudiando. Eran demasiados obstáculos para un hombre que por encima de todo quería escribir y también para una mujer que de­bía cargar con la responsabilidad de permitirle que se entregase por entero a su obra.
No hay resentimiento, pese a to­do, en esta entrega. Maryann Burk logra salvar muchas cosas del nau­fragio y valora la relación cordial que llegó a mantener con el escritor después de la separación, cuando ya él era un autor consagrado y le envió, feliz, el manuscrito de su pri­mer gran éxito, De qué hablamos cuando hablamos de amor.
En junio de 1977 Raymond Carver decidió no tomar ni una copa de más, después de sucesivas hospita­lizaciones y tras haber contemplado muy de cerca el filo de la muerte. Ese día empezó su segunda vida y enseguida entra en escena Tess Gallagher, la mujer que conoció a un nuevo hombre, a un hombre al que le quedaban sólo 11 años de vida.
El cáncer truncó su viaje dema­siado pronto (en 1988, a los 49 años), pero le dio la suficiente tre­gua como para experimentar un re­nacimiento y desbloquearse creati­vamente, brotando de su pluma re­latos y poemas que muestran toda la grandeza de quien se convirtió en el gran renovador de la narrativa es­tadounidense contemporánea.
«Un milagro, un regalo, una propina». Así se referia el autor a esa especie de epílogo de su exis­tencia. Y Tess Gallagher da cuenta en Carver y yo, un compendio de ensayos y testimonios muy esclarecedores (capítulo aparte merece la correspondencia entre Ga­llagher y Robert Altman, con moti­vo de la realización del filme Vidas cruzadas) de cómo el escritor, a quien alguien retrató como «el hombre más triste que he conoci­do», llegó a recuperar las ganas de vivir «en ese colchón de esperanza en el que extendimos nuestra vida más allá de lo provisional».
«No me imagino viviendo con al­guien que no escriba. Comprendes lo que necesita el otro: la soledad y la intimidad», confesó Carver, quien había encontrado a la compañera ideal, alguien por quien sentirse amado en la tierra, como llegó a de­cir en un bello poema.«Fue un regalo maravilloso esa forma de colaboración tan extraor­dinaria de nuestros corazones y nuestras mentes», señala Gallagher en un libro que también regala al lector auténticas lecciones de vida: así, la capacidad del ser humano para aceptar el dolor y la pérdida desde el valor; así, el triunfo de la creación frente a la enfermedad y a la propia muerte.

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