martes, 21 de agosto de 2007

Mi luna española, por Tess Gallagher

En la casa desde la que escribo, una perrilla blanca y negra duerme en mi regazo. Somos ya los únicos ocupantes de Ridge House. Hace casi un año, mi madre, de 91, murió aquí, en mis brazos, tras una larga enfermedad.

Esta es también la casa que Raymond Carver, mi tardío marido, y yo compartimos durante sus últimos meses de vida: habitaciones desde las que se adentró en el reino de lo desconocido.

La perra rebulle. Es un legado del amor de mi madre, porque era suya, aunque a menudo sonreía, con delicadeza, y me acusaba: «Te quiere más a ti».

Ray y mi madre, sus pasos invisibles, nuestras conversaciones, nuestra risa y nuestras lágrimas: todo se superpone aquí. Nunca estoy sola, como reza el título de uno de los poemas de El puente que cruza la luna. Y eso es, al mismo tiempo, una bendición y una condena. A veces me falta el oxígeno, pero predomina un sentimiento de bienestar, porque me siento acompañada por seres a los que he amado intensamente, incluso más allá de la muerte.

Para escribir, apoyo la tabla en el lomo de la perrita. No se mueve. Así es la vida del perro de un escritor. Prefiere verme leer.

Releer El puente que cruza la luna, con ocasión del feliz acontecimiento de su edición española, es mi forma de acompañar este regalo que llega de tan lejos. Ahora me parece un libro extraño y enigmático. Está lleno de escenas de mi vida con y sin Ray, de manifestaciones de su espíritu, tal como yo lo reconstruyera, tras su muerte, escribiendo los poemas.

En el poema «El anillo», llamo «volátil, sacramental» a la forma en que Ray me habita desde que muriera. Deposito en los poemas mis sentidos exasperados. Me permiten experimentar el amor en el mundo que me rodea, incluso bajo la especie de una polilla que revolotea a mi alrededor mientras me baño.

El puente que cruza la luna me ayudó a sobrevivir a la pérdida de Ray. Con él perfilé la nueva forma que adoptaría nuestro amor. Por supuesto, la luna es la mítica residencia de los muertos. El libro cruza, pues, la tierra de los muertos, pero vuelve a la tierra de los vivos.

Es un libro de amor y de duelo. Me cuentan que mucha gente, sobre todo terapeutas, se lo ha dado a quienes han perdido a un ser querido. La poesía puede ser un bálsamo, un compañero, un testigo –y la caricia de un amor ausente, que puede volverse presente de formas misteriosas.

Fue terriblemente doloroso tener que seguir sola tras la muerte de Ray. Y volver a amar –eso fue casi imposible durante mucho tiempo. (Ved «Mar dentro del mar» y «No te conozco»).

Estuve visitando la tumba de Ray todos los días durante dos años y medio. Mis pasos dibujaron un sendero ovalado a su alrededor. Le hablaba con el corazón y en voz alta.

Muchos de estos poemas se forjaron en esas vigilias diurnas. Los alimentan la pasión y la soledad de esa época. Releyéndolo, observo hasta qué punto ese libro constituye un antecedente de mi último poemario, Queridos fantasmas. Para éste reescribí el poema «Incomprensiblemente», y le di otro título. Ray es todavía una presencia central en Queridos fantasmas, pero mi madre se ha sumado a él y a todos cuantos me habitan.

La primera vez que le enseñé El puente que cruza la luna a mi madre, me miró con tristeza y me dijo: «Me parece que no los va a entender nadie». Creo que tenía razón entonces, puesto que la opacidad de los poemas no permitía una aproximación lineal a los lectores. Pero el flujo emotivo y pasional del lenguaje, de las imágenes y de la voz arrastró a muchos, incluso aunque no supieran exactamente lo que quería decir en cada momento.

Tengo la sensación de que el castellano amplificará estos elementos sensuales y espirituales de los poemas, de forma que lleguen al lector español con más fuerza y profundidad, si cabe.

Mi poeta español favorito es Federico García Lorca. Ojalá me transfiera parte de su misterio y su encanto, gracias a la traducción de Eduardo Moga. Vaya a Eduardo y Pepo Paz, mi editor, mi más sincero agradecimiento. Pepo tuvo fe en el libro y trabajó entre bambalinas para hacer posible su publicación.

Este poemario se erige ahora en el puente que me ha de conducir a muchos encuentros silenciosos en España. Barcelona fue el primer lugar que visité. Recorrí sus calles nocturnas y descubrí el duende de una bailarina gitana cuya falda se arremolinaba, y cuyos pies relampagueaban, entreverados de mortales silencios. En cada uno de mis poemas hay una cueva de silencio que articulará el corazón del lector cuando los visite.

Pero mi perra se ha despertado ya. «¡Basta!», dice, mirándome como un oráculo. Es hora de salir a pasear bajo el sol de septiembre.

TESS GALLAGHER
Ridge House
2 de septiembre de 2006

Traducción al castellano de EDUARDO MOGA

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